lunes, 21 de mayo de 2018




 Ayer me levanté escuchando la tos de mi madre. No le di mucha importancia. Le fui a buscar su hogaza de pan matutina y un vaso de agua. Luego de eso, la saludé y salí la calle. Era un día normal, las calles de Inglaterra eran un ir y venir de personas apuradas, como todos los días de semana. Mi madre no trabaja, no la aceptan en ningún lugar, así que yo tengo que ganar dinero de alguna forma. Sí, robo para vivir, pero es para mantenernos a mi madre y a mí.
  En cuanto llegué a la calle principal, comencé a mirar a quién podría robarle, había muchos hombres y mujeres de clase alta. Conseguí mucho dinero, hasta que en una panadería traté de llevar una hogaza de pan para mi madre y unos policías que estaban de guardia me vieron. Me persiguieron tres cuadras hasta que me perdieron. Estaba en un callejón que tenía una salida directa a donde vivo con mi madre y ahí la vi a ella, tirada en el suelo, casi inconsciente. Le toqué la frente, estaba hirviendo. Necesitaba ayudarla, entonces fui a una farmacia. Allí me dijeron que necesitaba comprarle un remedio muy costoso que, claramente, yo no podría comprar. Esa noche mi mente no paraba de pensar. Me rompía el corazón ver a mi madre así, entonces decidí ocuparme yo mismo. Ya era tarde, así que debía hacerlo al otro día.
  Me despierto con la tos de mi madre, la saludo y trato de marchar lo más antes posible hacia la biblioteca. Está repleto de libros de medicina, no entiendo nada y lo único que sé es que quiero ayudar a mi madre. Pasan las horas y yo no paro de leer. Robo algunos libros y los llevo conmigo a un hospital público. Estoy muy concentrado en mi lectura hasta que escucho:
-¿Necesitas algo?
Es una voz amable. Cuando levanto la cabeza, veo a un doctor.
-No, gracias- contesto.
El insiste hasta que se lo cuento.
-Mi madre, ella no se encuentra bien. Está muy enferma.
-Dejame ayudar- contesta -¿Qué es lo que le pasa?
-Por poco se puede mantener de pie, está casi inconsciente. Tiene una especie de gripe, supongo yo por lo que leí. No para de toser y tiene mucha fiebre.
  Antes de que termináramos de hablar entraron unos policías y los reconocí. Son los que me habían tratado de atrapar el día anterior, en la calle. Estaba muy asustado y me eché a correr.  El doctor me siguió, sin entender mucho la situación. Ya en un lugar seguro le explique todo, con miedo de que se arrepintiera de ayudar a mi madre. Sorprendentemente, él se compadeció de mí y me dijo que me va a cubrir. Me mandó por una puerta de salida del hospital trasera y lo aguardé ahí. Lo escuché gritar a los policías que me escapara por la sala de guardia.
  Luego de unos segundos salió y me levantó y se largó a correr. Yo lo guié hasta mi madre, quien se encontraba en el piso, peor que antes. En cuanto lo miró al doctor, vi que a mi madre le brillaban los ojos. La noté feliz. Él, por su parte, dijo que la tenía que llevar a un consultorio urgente y que yo debía permanecer escondido para que no me encontraran. Aun así, no le hice caso y lo seguí a escondidas. Vi en el rostro de mi madre una pizca de esperanza pero la cara del doctor era indescifrable. No se qué pensaba de la situación de mi madre. Llegamos al hospital. Seguía preocupado por los policías pero mi madre era más importante. El doctor me vio sin que yo me diera cuenta y vi la expresión de enojo en su cara. De igual manera, me hizo pasar a un lugar seguro.
  Pasaron dos horas y yo estaba sentado fuera de la sala donde se encuentra mi madre. Me alegré al ver al doctor salir con una sonrisa en su rostro. Me hizo pasar, dijo que mi madre estaba estable pero que debería quedarse unos días más allí. La veo a mi madre y, con las pocas fuerzas que tiene, se le escucha decir “gracias”.
  
  


 

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